La violència és la por als ideals dels demés. -Mahatma Gandhi-

jueves, 5 de mayo de 2011

Maldita y santa memoria

La memoria es una de las facultades humanas más controvertidas en el campo de la psicología. Cuando se habla de otros conceptos, como pueden ser la inteligencia, las emociones o la percepción abundan los enfoques que ensalzan estas capacidades y que nos hablan de su complejidad. La pobre memoria, sin embargo, parece abandonada en el cajón del olvido. Parte de la culpa la tienen los especialistas en aprendizaje: da la sensación de que aprender de memoria no es aprender, y la nueva moda impone la asimilación de procesos y habilidades, así como la comprensión de todo lo aprendido. Hace ya algunas décadas que la memoria parece desterrada del reino del aprendizaje: no se la práctica y la considera una antigualla del pasado. Idea que ha calado también entre el profesorado. “Lo aprende todo de memoria” es una de las sentencias que se escuchan hacia los alumnos que tienden a retener los contenidos sin buscar su comprensión. Como si ninguno de los que dice esta frase hubiera utilizado nunca esta técnica. Disponer de buena memoria no representa hoy ninguna ventaja en nuestro sistema educativo, y puede llegar a ser incluso un lastre, una maldición: estudiar de memoria no es, ni mucho menos, aprender.

El ocaso de la memoria en el mundo del aprendizaje choca frontalmente con otras valoraciones. Paradojas de la psicología: aquello que no nos sirve para aprender es lo que configura nuestra identidad. En cierta manera, la memoria nos devuelve el golpe: responde a nuestro desprecio mostrando su importancia. Cuando falla, dejamos de ser nosotros, como se comprueba de forma dolorosa en las enfermedades que provocan olvidos irreversibles. La venganza de la memoria nos obliga a tomar conciencia de que no hay aprendizaje sin memoria: incluso aquellos que aprenden sólo (si es que es posible emplear este “sólo”) procedimientos y estrategias necesitan de la memoria. Si esta falla, puede que lleguemos a no saber hacer absolutamente nada. Qué cosas tiene la vida: también aprenden “de memoria” los que se centran en las habilidades. La memoria es garantía de supervivencia: sin ella el día a día, la vida cotidiana, se vuelve el más irresoluble de los enigmas, el mayor de los problemas. No somos conscientes de la memoria que necesitamos para atarnos los zapatos cada mañana.

La “polémica” memoria se retuerce aún más cuando le ponemos adjetivos: personal, vital, literaria, colectiva, histórica… En este caso, no faltan quienes abogan por devolverle todo su valor y dignidad: la memoria no sirve para aprender, pero sí, por lo que se ve, para albergar una serie de ideas compartidas que forman lo que se llama “memoria colectiva”. O también, por qué no, para conformar nuestro pasado más reciente, si acaso le acompañamos del adjetivo “histórica”. Con qué facilidad saltamos de la memoria individual, frágil, fragmentaria e imaginativa a estos conceptos que tratan de “aglomerar” memorias, de compactarlas para dar una continuidad y una coherencia que quizás falte en la realidad. En otras palabras: hacemos de la memoria lo que nos apetece o conviene. Tan pronto es un trasto que no nos permite aprender en condiciones, como lo convertimos en la clave explicativa de la historia. Algo que no ocurre con ninguna otra facultad psicológica del ser humano. Hace falta, probablemente, un cierto sentido analítico, y comenzar a distinguir memorias dentro de la memoria: para saber qué función juega en nuestra vida, y poder valorarla de la forma más ajustada posible. Evitando, en definitiva, ciertas actitudes esquizoides: qué es la memoria, para qué nos sirve y hasta dónde llega. ¿Es esto tan difícil de responder?

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