La violència és la por als ideals dels demés. -Mahatma Gandhi-

jueves, 5 de mayo de 2011

Descartes no se equivoca, ¿nunca?

Ocurre en filosofía a veces un fenómeno singular: una teoría termina trayendo consigo consecuencias que no se esperaban al principio, que nos sitúan en una posición totalmente alejada de la inicial y que tampoco encaja muy bien con el sentido común. Y es que la filosofía tiene, para bien o para mal, algo de extravagante: según qué tipo de ideas producen cuando menos extrañeza o escándalo. Un ejemplo podría ser Descartes, cuya filosofía trata como punto de partida evitar totalmente el error. No en vano es Descartes heredero del siglo XVI en el que se produce la crisis del modelo geocéntrico y la reforma protestante, con las consiguientes guerras de religión, en las que la mezcla de banderas políticas y credos religiosos dejó una estela de muerte y destrucción por Europa. Acosado por la duda, por el temor a equivocarse, Descartes quiso construir un sistema en el que el error no tuviera cabida.

Explicada en una clase de bachillerato, la filosofía cartesiana produce extrañeza en varios momentos. El primero de ellos suele ser al presentar la hipótesis del genio maligno: ¿Y si existiera un ser perverso empeñado en que viviéramos permanentemente en el error, en que la equivocación fuera una constante en nuestras vidas? Confiados en la consistencia de lo real, la mayoría de los alumnos suele decir que esto es una paranoia. Es inadmisible tan sólo plantearlo como hipótesis en este mundo nuestro que nos han creado, en el que la verdad puede prácticamente tocarse con las manos. El planteamiento se vuelve aún más embarazoso cuando se explica la solución cartesiana. No hay manera de escapar al genio maligno que no sea acudiendo a un concepto tan “potente” como polémico y oscuro: Dios. Tras ofrecer unas demostraciones más que discutibles, Descartes nos viene a decir que el ser perfecto, bueno y veraz, no puede permitir que vivamos en el engaño, por lo que podemos (y debemos) fiarnos de nuestros sentidos. Dios es así, el antídoto para el demonio del conocimiento.

Muchos alumnos de bachillerato suelen acusar a Descartes de ser “un flojo” al plantear su solución. El racionalista y ordenado filósofo intenta un triple mortal fallido. Después de prometer método y regla, saca de la chistera un conejo que llevaba ahí escondido mucho tiempo. En otras palabras: se le ve el truco. Y no sólo eso: supongamos que aceptamos barco, y estamos dispuestos a creer que el filósofo francés demuestra la existencia de ese Dios bueno y veraz que vela para que conozcamos la verdad. Urgido por el error, Descartes logra fundamentar nuestro conocimiento. La insidiosa y molesta pregunta es: ¿Por qué entonces nos equivocamos? Si Dios vela por nuestro conocimiento, ¿cómo es posible que haya quienes yerran en sus afirmaciones sobre el mundo que nos rodea? ¿Habría lugar para la diversidad de opiniones y puntos de vista si existiera un Dios que nos garantizara el conocimiento? Cosas de la filosofía: tan preocupado estaba Descartes por evitar el error, que al final construyó un sistema en el que había lugar para el fallo. Lo cual es un defecto grave, cuando todos tenemos la certeza de que en el mundo hay error y verdad.

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