La violència és la por als ideals dels demés. -Mahatma Gandhi-

martes, 8 de marzo de 2011

La religión del arte

Cualquiera que haya visitado un museo habrá podido vivir una experiencia similar: de repente, en una de las salas, suena un teléfono móvil. Alguien lo abre, descuelga y comienza a hablar en voz baja. En unos instantes aparece el vigilante de la sala que amablemente le indica que en el museo no está permitido el uso de teléfonos móviles. La razón fundamental: el respeto debido a las obras que se está contemplando y a su autor. El arte cuenta hoy con su propia “liturgia”: no se acude a un museo de cualquier manera, sino que hay unas ciertas reglas que van más allá de lo que conviene a la correcta conservación de la obra. Es impensable, por ejemplo, que se permita beber o comer durante la visita a una exposición. Y la razón hay que buscarla más allá de la limpieza imprescindible en toda sala que incluya obras de arte: es cuestión de “educación”, “de saber estar”.

Las sociedades occidentales llevan varias décadas inmersas en un proceso de secularización aún en curso. Y no me refiero a la pérdida de influencia social, económica o política de las diferentes iglesias, sino a la ausencia de creencias religiosas, independientemente del tipo que sean. En medio de este movimiento,la sociedad va buscando referentes sustitutivos entre los que el arte viene a ocupar un lugar importante. El silencio más respetuoso de este siglo XXI se encuentra a la entrada de cualquier museo de arte contemporáneo o en las exposiciones itinerantes que circulan por nuestras ciudades. Ante el arte hay que callar, como se callaba tiempo atrás ante lo sagrado. Sólo el “guía”, nuevo líder que nos ayuda a comprender los símbolos, puede romper ese silencio para ir desentrañando los misterios de lo que ocurre ante nuestros ojos. Hoy dejamos de creer en lo trascendente para creer en el arte, en su capacidad de redención, y lo convertimos prácticamente en un objeto de culto. El arte nos obliga a “mantener la compostura”.

La tendencia hacia la sacralización choca con una tesis ya clásica en filosofía: la muerte del arte. Con esta expresión se refería Hegel a la incapacidad del arte para mostrar la verdad. El progreso de la cultura y la civilización provocan que los vehículos de transmisión de la misma vayan cambiando. En opinión del autor alemán, la verdad era ya en su tiempo conceptual, y no estética. Por ello el arte, por así decirlo, se quedaba corto. La idea llega hasta nuestros días y ha sido defendida por importantes autores del mundo de la estética como Danto. La realidad parece llevarles la contraria: el arte es lo sagrado de un mundo ateo, viven en los museos las creencias y los símbolos, se mantienen las normas y las costumbres. La vanguardia artística desafía el sentido y juega con el absurdo. Y nosotros, como espectadores, convertimos muchas de sus propuestas en auténticos iconos, símbolos de algo que va mucho más allá de la mera obra, e incluso del autor. ¿Acaso no nos estaremos “convirtiendo” a una nueva religión, en la que los dogmas no están escritos sino realizados estéticamente en una obra que nos sorprende, nos interroga, nos asalta, nos defrauda, nos emociona o nos disgusta?

www.boulesis.com

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